CRÓNICA: LOS MARTINEZ Y LA CALLE DE LOS MADRAZO
En aquel Madrid del 36, la calle de Los Madrazo era el lugar donde vivía mi familia. Mis bisabuelos German e Inocencia tenían una lechería donde en aquel barrio castizo les permitía vivir, bien. Unos años antes, mi abuelo Maximiliano se había casado con una de las hijas de este matrimonio, mi abuela Concha. Pero los convulsos años 30 les cambió la vida.
Mis abuelos tuvieron un primer hijo llamado Germán, pero falleció siendo un bebé. Más tarde vino Lola, otro niño al que llamaron también Germán, Fernando, dos mellizos, mi madre Concha y Maxi, Inocencia, Santiago y otro niño que falleció, Jose.
Mi abuelo Maximiliano, que había nacido en 1900, conducía ambulancias desde el frente de la Dehesa de la Villa y camiones de suministros en la capital republicana.
La familia subsistía en ese Madrid ya bélico mientras los niños corrían y jugaban en las calles detrás de las Cortes, y en la lechería vendían y distribuían la leche de las vaquerías de la capital. Un loro daba colores exóticos al establecimiento, mientras recorría la barra donde se servía la leche, yendo de un lugar a otro.
Pero un día, la lluvia de bombas que reventaba Madrid en una lotería de muerte, como pedrea, fue a caer al edificio donde estaba la lechería. El edificio saltó por los aires pero no hirió a ningún miembro de mi familia. Murieron la pobre portera vecina y entre los escombros encontraron solo las plumas del loro. Entre el mármol rajado del mostrador aparecieron decenas de monedas que el loro había ido escondiendo en el espacio del mostrador y el mueble donde descansaba.
Mi abuelo cogió a los suyos y huyó de Madrid. Primero a su pueblo de Cuenca, Sisante, y más tarde a Valencia. La familia se escondía entre neumáticos que llevaba el camión.
Acabada la guerra Maximiliano, mi abuelo, fue detenido. Y gracias a la intervención de una marquesa logró salvarse de la acusación. Haber servido para la república conduciendo camiones y ambulancias era su delito. Se salvó de aquello y fue chófer del Doctor Muñoz Seca, toda su vida.
Ayer me junté con los Martínez, dos de mis primos y sus familias.
Durante años los Martínez ha sido una familia muy suya que se ha separado algunas veces por motivos que los descendientes desconocemos.
Mi primo Germán dice que los Martínez tenemos un gen especial, un genio que deriva en un pronto que no permite injusticias o que nos convenzan de sinrazones, pero en el fondo con un gran corazón.
Esta definición la puedo aplicar a cómo era mi madre y mis tías y tíos. Aunque mi hija ha heredero el genio de su abuela Concha.
Al menos tres Martínez ayer, nos negamos a dejar que los caminos se separen. Y en una comida recordamos y compartimos pasados. Y lo más importante, nos vivimos y nos dejamos vivir porque estábamos muy a gusto.
Ayer estuvo mi primo German, hijo de German, hermano de mi madre. Poseedor de la sabiduria del motor, los coches, las motos, gracias a muchos años como taxistas en las calles de Madrid. Le acompañaba su simpática mujer Merche.
La anfitriona fue MariCarmen, mi prima, que junto a su marido Jose Antonio nos nos dejaron pagar el ágape. Mi prima es hija de Fernando, que nació un doce de octubre, antes de vivir con toda la familia en la calle del Doce de Octubre. Y trabajar de pescadero toda su vida en la pescaderia de la calle del León, donde años después vendía pescado la Reme (Chus Lampreave) en la película de Torrente.
El otro Martínez fui yo. Hijo de Concha que yace hace muchos años en el camposanto de Valdepiélagos.
En fin, ayer me removieron de felicidad el alma, dieron luz a mi pasado y en definitiva me hicieron sentir con orgullo mi segundo apellido.
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