CRÓNICAS DEL PILDE: DESTIERRO. Brazacorta 12 de agosto de 2024.
Ayer, a mi vuelta de Madrid, se nos echó encima el nublado, las aguas y el viento. Y aunque las nubes nos perdonaron iluminaron el horizonte con centellas.
Y desde la terraza de unos amigos, donde la farola nos invadia con su contaminación blanca, pensé no estar en Brazacorta sino en el erial de Narnia.
Y paseamos hasta el lugar de culto de la aventadora y todos quedamos callados por la estructura digna de proteger a los mismos dioses. No recuerdo los chascarrillos o mejor no quiero recordarlos.
Y ya desde la cama, con la ventana abierta, mi mente me llevó a Ruderico.
Y pensé que podría haber sido en cualquier pueblo de la ribera del Pilde donde el poeta describió la imagen de aquel sol cegador, sobre petos y espaldares, invadidos de sed y fatiga, cuando el Cid marchaba al destierro. Y para no comprometer a la familia de aquella niña débil y tez blanca, de ojos azules, no quiso pedirle ni agua.
Y lejos de las casas de Alcoba, o de Alcubilla, o de Brazacorta, o de Quintanilla, o de Guijosa, Ruderico y los suyos bajaron de sus caballos para beber de las aguas del Pilde, rodeados de olmos ya viejos por entonces pero que no temían la grafiosis, antes de seguir camino.
Y al pronto, hambrientos y algo descansados se apresuraron a continuar.
Don Rodrigo Díaz encima de la túnica, se puso la larga loriga a la que superponía el perpunte de color con el blasón que le distinguía, sujeto por un cinto de cuero que se ceñía a la cintura. Las fojas y brazaletes le protegían los brazos. La gorguera abrazaba su cuello. Un almofar como usaban algunos árabes lo llevaba de capucha almohadillada y sobre ella, se colocó el casco cónico con protección nasal como usaban los normandos. Las brafoneras le cubrían las piernas.
Antes de montar se fijó en el resto de su equipo, lanza, aquella espada gineta y escudo redondo que le gustaba llevar, protecciones varias, silla de montar, freno, estribos largos sobre los que, con las piernas estiradas, se apoyaba en el combate y espuelas.
Y subiéndose a su caballo de guerra, mirando a los suyos, gritó ¡En marcha!
Y siglos después, viendo aún los resplandores de tormenta ya no recuerdo más y deseé caer en manos de Clio.
@agustindelasheras
@cronistadevaldepielagos
@presidentecronistasmadrileños
Comentarios
Publicar un comentario