CRÓNICA: 1814, la iniquidad de los nuestros.



CRÓNICA: 1814, la iniquidad de los nuestros. 


Ya el francés había cruzado los Pirineos finalizando aquella Guerra de la Independencia que empezó en 1808. Y mientras los gabachos se fueron, volvió el borbón. Y éste en el viaje de vuelta fraguó el golpe de estado que dio fin al régimen constitucional instaurado por las Cortes de Cádiz. Los liberales fueron encarcelados, la Pepa - Constitución de 1812- derogada, y proclamado de nuevo el Antiguo Régimen. Este golpe lo firmó el propio rey en forma de manifiesto y fue llamado Decreto de Valencia el 4 de mayo. Y lo ejecutó en Madrid, el 10 de mayo, el general Francisco de Eguía con las fuerzas militares que le había proporcionado el capitán general de Valencia, el general Francisco Javier Elío. 

Pero un día antes en Valdepiélagos, el 9 de mayo de 1814, el alcalde Andrés de Frutos, acompañado de Feliciano López, mandó al alguacil y pregonero que fuera por las calles del pueblo convocando una reunión en la Casa Consistorial. Los vecinos habían aprendido que aquellas llamadas no traían nada bueno.

Hasta allí acudieron Francisco González, Francisco Vicente, Tomás Puentes, Antonio González Romero, Valentín García, Joaquín Gil, Juan de Frutos y Luis López. Los demás estaban en sus labores y no pudieron asistir.

Hacía dos horas que por el camino de Uceda había llegado un mensajero con una orden general de la justicia de esa plaza, firmada por el mismo Sr. Intendente General de la ciudad de Guadalajara. El Ejército Español, que había luchado contra los franceses, y al que muchos llamaban "el nuestro", ordenaba se llevaran treinta fanegas de cebada ya que había tres mil doscientos caballos en las inmediaciones de la ciudad y que se sortearan las mulas que habían quedado libres en el último sorteo que se había hecho anteriormente.

Se volvió a celebrar aquella lotería que llevaba pobreza a las familias,en lo que en justicia llamaban sorteo con solemnidad, quizás porque el esquilmo de lo ajeno no sólo dejaba pobres, sino pobres de solemnidad. Quitaban el fruto, quitaban los medios, sin importar los resultados de ese robo oficial.

Aquel día la primera “agraciada” fue la señora María de Lamo, siguiéndola en mala suerte, entre otros, Celedonio Moreno, José Gil, Victoriano Pelayo, Francisco Gil, Francisco Vicente, Tomás Puentes y José González. Y firmaron el documento que los acreditaba la mala suerte para que todo fuera entregado al día siguiente.  

Pero la rapiña oficial no tenía nombre ni orden ni se saciaba sin más. Nada más acabar la fiesta de San Isidro, el 18 de mayo del mismo año, apareció por el camino de Campoalbillo otro mensajero del hambre con un oficio firmado por la justicia de El Casar, con otra orden ejecutiva.Tenían que llevarse otras treinta fanegas de cebada y seis de pan cocido, porque aguardaban en esas tierras mil hombres a caballo, también de "nuestro" ejército. Al menos hablaban el mismo idioma y no mataban con los fusiles, pero sí de hambre.

A aquella nueva petición se contestó que ya cebada no había ni un grano en todo el pueblo y que respecto al pan se llevaría lo que se pudiese encontrar.

Los señores de justicia de Valdepiélagos para poder juntar algo de pan decidieron que “se echase mano” del trigo de San Benito. No todo les iba a tocar a los pobres.

Para ello, en la Casa de la Villa, se juntaron los panaderos y mandaron cocer tres fanegas y media, del trigo que trajeron de San Benito, que tenía que haber ido a parar a los almacenes de los Padres Dominicos.

A Benito Villanueva se le dio dos de las fanegas para que cociera pan y el resto a Juan de las Heras para que hiciera lo mismo.

Aquel pan recién hecho que sólo olieron los vecinos de lejos se llevó a El Casar. Les tocó llevarlo a Andrés González, Juan Redondo y la mujer de Manuel González Romero.

La historia no se olvidaba de Valdepiélagos.


Fotografía de MariCarmen González 


@agustindelasheras 

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