CRÓNICA: LAS MARZAS


Cuadro de Apolo y Urania de Charles Meynier

CRÓNICA: LAS MARZAS


“Y tuvo que ser el gran Julio, César, que no siendo suficiente con la Citerior y la Ulterior, quiso imponer sus razones allá dónde sus legiones lo permitían.

Eran felices los celtíberos con sus lunas luneras y su calendario selénico. Con ellas definían el principio y el final del año, el comienzo y el ocaso del invierno, y así, su año nuevo era el último día de nuestro febrero y el primero de marzo. Hasta que al César se le puso en el laurel y dijo que el año comenzaba el uno de enero.

La primero luna de marzo, la Prima-Bera ¿Os suena? 

Tras el César vino la Iglesia y continuó la mudanza de las fechas.

Pero muchos pueblos del norte y los castellanos dijeron que el ritual era cuando lo dijeron los arévacos, por ejemplo, y no los romanos.

Y de ahí, siglo a siglo, la costumbre se hizo variante en los lugares donde se naciera. Unos cantaban en enero, pero lo tradicional, era hacerlo en marzo.

Y ahí te van los mozos solteros, que siempre los ha habido en todos los siglos, cantando por las aldeas todos juntos en corralada, cuadrillas o comparsas, obsequiándoles en los pueblos con morcilla, vino y manteca, para que no solo cantaran sino también rezaran. Aunque el frio y el vino hacía olvidar lo último. Es más, cuando los mozos modernos vagueaban la tradición, eran sustituidos por hombres casados.

En la variopinta cuadrilla de marzantes había mozos viejos, regidores y hasta alguno que le llamaban amo, no sé si de todo el cotarro. Pero todo aquello de la Prima-Bera, en algunos lugares fue degenerando. En ocasiones a los mozos jóvenes se les exigía el pago de la patente, que no era más que pagar en cántaras, de vino, el derecho a marcear o lo que muchos querían, echarse novia. 

Aunque las verdaderas marzas se cantan a capela, no fue raro ver panderetas, carracas, pitos y moderneces de alguna acordeón o guitarra.

Y de aquí cada pueblo cuenta su historia. Todo aquello se diversificó en matices y costumbres propias haciendo que las marzas fueras distintas en cada lugar.

Pero lo que quedó era la licencia literaria, la letra bien engranada, cuyo destino era una moza que esperaba la copla, el elogio, el cortejo, tras unos visillos y una ventana, a la que todas sus amigas avisaban que, esa noche, era fulano o mengano el que iría a cantarla.

Pues en la Villa de Valdepiélagos, aunque era territorio de mayos y no de marzas, hace muchos años, de los últimos del siglo XIX, avisaron a una dama. Esta noche canta Agustín, le dijeron. Y ella, con la ilusión de ser destino de zalameras palabras esperó la noche cerrada junto a su ventana. El silencio de la oscuridad se rompió bruscamente. El frio helaba. Por el fondo de la calle asomó una cuadrilla. Los pasos llegaban. Ella movió sin querer la cortina y así ambos sabían dónde estaban. De la cuadrilla salió un buen mozo, alto, espigado y “echao palante” y haciendo el silencio a su alrededor, miró para arriba y entonó su canción: 

“He recorrido esta noche, calles y callejones, y no he podido encontrar, quién me toque los c…”

De las Heras se apellidaba el marcero y Agustín, de nombre. Y Ceferina era la dama. Eran mi bisabuela y mi bisabuelo. Desde entonces, sé que la genética y la literatura bien pudieran ya haber sido llevadas hasta en la misma sangre."

@Agustindelasheras

@cronistadevaldepielagos 



Comentarios

  1. Ja, ja, ja. Agustín, un bisabuelo poeta no lo tiene cualquiera. Preciosa crónica. Como siempre

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    1. Mi abuelo Agustín, de las Heras, nacido en 1866, no sabía leer ni escribir. Cualquiera de aquellas generaciones, si hubiera tenido las mismas oportunidades educativas que yo, nos hubieran superado sin dudarlo.

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  2. Que talento tienes primo

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