CRÓNICA: A UN OLMO MUERTO 9 marzo 2021


 A UN OLMO MUERTO


“Siempre me ha gustado la gama de colores que existe en los meses de otoño. Esa tonalidad que comparte el amarillo y el ocre de las hojas caducas con los verdes oscuros y claros de las hojas perennes está, en mi opinión, por encima de la mezcla de los verdes en primavera. (…)

Mi lugar preferido  era un  banco, a la derecha del Paseo según caminabas hacia el sur y enfrente  casi de la Casita del Pescador, construcción pintada de colores pasteles con un estanque pequeño que la rodea habitado por patos y gansos y donde Fernando VII, no sé de qué, solía descansar. Mi banco era uno de esos bancos de madera, salvado milagrosamente de los excrementos de los pajarillos, enfrente de otro banco parecido. Sus verticales libres de ramas, directas hacia el cielo de Madrid, evitaban que gorriones o palomas, mirlos o verdecillos, carboneros o urracas bombardearan  de excrementos sus maderas, ya desnudas de su inicial capa barnizada y que  el tiempo había desgastado. Al lado, un inmenso y viejo olmo con un gran agujero en su tronco que había sido tapado con una red metálica por los empleados del ayuntamiento,  y con unas largas y pobladas ramas que invadían los árboles colindantes, como queriéndose abrazar a ellos para dejarse ver.

Por sus ramas venían mis amigas. Había una corta amistad con tres o cuatro ardillas a las que empecé a dar de comer algunas almendras troceadas y otros frutos secos que traía de casa. Día a día, había conseguido que perdieran todo recelo y se acercaran lo suficiente como para que comieran de mi mano. Este hecho sorprendía a todo aquel que pasaba por allí, y muchos sentían la necesidad de acercarse a ellas para intentar también darles de comer, claro que ellas no aceptaban.”


Esto fue escrito hace más de catorce años. 


Y terminaba así:


“En cuanto al olmo... sigue allí, y le veo igual de viejo...

Si os atrevéis a buscarlo, os estará esperando. Será fácil encontrarlo.  La malla metálica os enseñará que es él. Ya  no podréis tocar su tronco sin pisar la hierba. Nuevos dibujos en los jardines del parque le han colocado entre unos setos, junto a sus vecinos, lejos ya de los bancos que estaban a su lado...

Yo aún, alguna tarde, suelo visitarlo.

Me gusta mirarlo desde abajo mientras  pienso lo mucho que sabe de las vidas... y de cómo pasa el tiempo.”


Primero me dejaron las ardillas. 


Pero hoy, después de algunos meses, he vuelto a visitar al olmo. Y ya no estaba.


Qué dos años aciagos.


Algunos de mis amigos, compañeros de profesión, conocidos, todos han sido llevados por el barquero. Eran seres queridos y no tiene ni comparación porque cada uno de ellos me ha dejado un vacío. Pero que el olmo ya no esté…


Los que me conocéis sabéis que ayer, por ser la fecha que era, me unía a un dolor. Y parece que las fechas se marcan como surcos inflexibles en nuestras almas.


Estoy triste, no me importa reconocerlo.


Las ardillas, el olmo… 


Perdonad la historia. Pero hoy, para mí, hay un árbol menos en el Retiro. 


Y era parte de mí.

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