CRÓNICA: PERICO


CRÓNICA: PERICO

Las calles de Madrid no sólo son lugares de paso o nexos de nuestras historias. En ocasiones son escenarios obligados para muchas vidas que nunca pueden sentir el golpe frío de una puerta de un portal cerrándose a sus espaldas cuando llegas a un hogar. 


Perico debía tener 60 años por los años 70. Enjuto y despreciado por la vida dormía en las calles, dominadas por serenos, cercanas al Retiro. Mi mirada infantil te veía como el mudito de Blancanieves al que habían echado del cuento. No eras alto, eras pequeño y menguado. Y paseabas abrigos de temporada pasada, que algún vecino, de los que gastaban esas prendas anchas y rectas de beige o marrones, y trabajan en bancos, en un acto de limosna piadosa vaciaban sus armarios para salvar sus almas. Perico arrastraba gabanes gastados, escarbaba basuras y la caridad de los bolsillos de quienes le regalaban algún duro. Y dormía en los bancos y portales de las calles de Ibiza, Doce de Octubre, Narváez y Fernán González. El olor a orína alejaba a los transeúntes y mientras algunos imberbes le increpaban su desdicha, yo ya me hacía las primeras preguntas de la crueldad de la vida. Un día ya no estabas. Qué derrota te había llevado ahí. Qué triste destino. Qué dios te había penado para que tu piel se arrugara por el sol y por el frio. Medio siglo después aún te recuerdo. Y pienso en por qué los dioses escribían y aún siguen escribiendo tan torcido.

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