CRÓNICA: LA SEÑORA PATRO


 LA SEÑORA PATRO


La señora Patro era la portera de mi casa y por aquellos años vivía junto con su hija Charo que heredaría su lugar. Eran tiempos de portería, que no conserjes, dado que cada portal poseía una casa vivienda. El número 15 de la calle Doce de Octubre hacía esquina con Fernán González. Con los años construyeron dos portales más en un solar esquina a Narváez, y mi edificio pasó a ser el 19.


La señora Patro iba de luto riguroso, era mayor ya en mi infancia, y la cadera deformada la obligaba a andar de una forma característica y a subir los escalones de uno en uno. Pero eso no le impedía blandir cubo y fregona, cepillo y plumero y limpiar, junto con Charo su hija, las escaleras.


Evidentemente no existían los porteros automáticos y durante el día, la puerta metálica de barrotes negros y carente de cristales permanecía abierta en sus dos hojas. Cuando durante el día veías una hoja abierta y la otra cerrada era mala señal. Alguien había fallecido. Por la noche la puerta se cerraba con llave que solo abrían los vecinos, o bien el sereno avizor o mediante llamada, oyendo el tintineo de llaves cuando se acercaba. 


Según subías el primer tramo de escaleras desembocabas en un pasillo donde estaba la portería. Y ante cualquier ruido, el visillo de su puerta, esta vez acristalada, se movía para ver quién eras.


Durante el día y si el tiempo lo permitía, la señora Patro, bajaba una silla de madera marrón oscurecida y culo redondo, de las de toda la vida, de aquellas que se estremecían al sentarse y colocándola en la calle junto a la puerta, controlaba todo el que pasaba, saludaba a los vecinos y recogía alguna carta cuando venía el cartero.


Por las tardes, pasaba el repartidor de El Pueblo, y dejaba varios ejemplares para los que estaban suscritos. Por las mañanas hacía lo mismo con un par de ejemplares del Ya, para los que leían matutinos y algunos días hasta algún ejemplar de El Caso, predecesor literario y más culto narrando sucesos de lo que hoy día son los programas basura. Antes de subir a llevarlos a su destino, la señora Patro, se ponía las gafas apoyadas casi en la punta de su nariz y se informaba de los titulares. 


En ocasiones, nuestra portera, visitaba a otra hija que vivía en Tarragona y pasaba con ella alguna semanas. 


Un día vi a Charo de luto. Su madre había fallecido sin darle tiempo a volver de nuevo junto a nosotros. 


Luego vinieron obras en la casa, portero automático, ascensor nuevo, mostrador en lugar de puerta en la portería, pero aquella estampa y su presencia dejó un hueco en nuestras vidas que ya nadie ocuparía.

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