CRÓNICA: ASUETO EN EL INSTITUTO DE SAN ISIDRO

 



Según salías por la puerta de vehículos del San Isidro, la que siempre estaba abierta, en esa pequeña media hora de descanso por la mañana entre clases de Historia y Matemáticas, doblabas a la izquierda por la calle de los Estudios. La otra opcion era gastarte veinte pesetas en un bocadillo de mortadela que vendían en la cafetería y comértelo en el claustro. Había algún pudiente que se podía gastar hasta cincuenta pesetas en uno de tortilla, pero yo no era de esos.


Llegando al primer cruce de calles, a la derecha dejabas la calle de San Millán y a la izquierda, al principio de la calle Duque de Alba, justo enfrente, estaba mi panadería favorita.


Era un kiosko alargado de madera oscura, que hoy no existe, y por una abertura a la calle regalaban olores de otra época.


Pan recién hecho, chuscos de picos, que junto a una chocolatina te llevaba al edén de aquellos años. Bandejas amarillas llenas de donuts esponjosos, sin plásticos. Donuts bañados en chocolate como nunca he probado, bollería varia, cuernos de chocolate líquido que te endulzaban el cuerpo y en general, olores y sabores borrados por el tiempo y la industria.


A algunos les daba tiempo a ir a los billares, a otros ver las últimas máquinas de marcianitos y de moscas, y aprovechar aquellos treinta minutos antes de volver a latines y ciencias.

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