CRÓNICA: Alejo Vera Estaca, a cien años de su muerte.


 CRÓNICA: Alejo Vera Estaca, a cien años de su muerte.


Es curioso como la muerte ha llevado al olvido incluso a hombres ilustres. Aunque sus obras permanecen, sus vidas se apagaron en un silencio tal que ni en su entierro fueron reconocidos sus méritos. Murieron solos. Así es esta España cruel y olvidadiza con los suyos.


Luego la historia los desvanece hasta que por arte de magia alguien se acuerda que hace cien o doscientos años, nacieron o murieron. Y es más, muchos se rasgan las vestiduras diciendo que el ilustre finado era de mi provincia, de mi campiña o de mi tierra.


Uno de los datos que sabemos es que el pintor Alejo Vera Estaca nació en Viñuelas, provincia de Guadalajara. Eso es indudable. No seré yo quién cuestione si nació allí porque vivía allí su familia o iba de paso. No tengo datos para afirmar una cosa u otra. Solo puedo afirmar que la madre estaba allí. Tampoco puedo afirmar que don Alejo fuera alcarreño o guadalajareño de pura cepa. Define la RAE, a una persona de pura cepa, como aquella auténtica, con los caracteres propios de una clase. Y de qué clase era Alejo, qué sangre llevaba...


Y lo que no he podido demostrar, hasta ahora en esta crónica, desde este punto podré hacerlo porque será con datos que figuran en escritos. Y “puesto que lo que se hace con el tiempo muy fácilmente se borra en la memoria humana a no ser que se eternice mediante el testimonio de la escritura” como dijo Don Rodrigo Jiménez de Rada, en este año de conmemoración del VIII Centenario del Fuero de Talamanca, estas palabras toman verdadero significado. Y por eso lo escribo.


Un lunes 14 de mayo de 1832, víspera de la fiesta del patrón de Valdepiélagos, San Isidro, la boda de “Noverta” Estaca Moreno, la hija de los también valdepiélagueños, Victor y “Balvina” con aquel madrileño, viudo, llamado José Vera, debió ser un acontecimiento. Aquel día, en la iglesia parroquial, habiendo hecha en ella las tres amonestaciones prevenidas por el Santo Concilio de Trento en tres días festivos, a saber, el uno, el tres y el seis, sin haber en ellas impedimento alguno y habiendo igualmente realizado el examen de doctrina cristiana, Pablo Lillo, predicador llegado del mismo Convento de San Francisco de Uceda, con licencia del señor cura, desposó y veló según rito de esta diócesis a José y a Noverta.


José, el futuro padre de nuestro pintor, era hijo del alicantino José Vera y de Lorenza “Belasco”, esta última natural de Valdeolmos, villa y anterior aldea bajo el Fuero de Talamanca, madrileña también. En cuanto a la madre del futuro ilustre era hija de Victor Estaca y Balvina Moreno, ambos vecinos de Valdepiélagos y feligreses de esa iglesia. Y de aquel casamiento fueron testigos Luciano Daganzo, Antonio Puentes y otros parroquianos.


Esto figura en el Libro Quinto de Matrimonios de la Iglesia de la Asunción de Nuestra Señora de Valdepiélagos.  Como figura antes el bautizo de la novia y posteriormente el fallecimiento de los abuelos, junto con muchos más datos familiares en otros libros. Víctor Estaca falleció a los 66 años en junio de 1843. Balvina Moreno había fallecido antes, el 5 de noviembre de 1823 y está enterrada frente al altar del Santo Cristo, del tramo primero, nada más entrar a la derecha de la iglesia de Valdepiélagos. Puestos a celebrar aniversarios, en este año de 2023, se cumplen 100 años del fallecimiento de Alejo Vera Estaca y 200 años del fallecimiento de su abuela. 


Y si hemos de celebrar su obra recordando su muerte no lo hagamos sólo nuestro. Basta ya de inútiles fanatismos posesivos. Don Alejo nació en Viñuelas, Guadalajara, estudió en el Instituto de San Isidro de la calle de Toledo, Madrid, como este humilde cronista que nunca le llegará a la suela de sus zapatos, y murió finalmente en la capital. Eso es cierto, indudable y categórico. Como cierto es que la mitad de la sangre que corría por sus venas era valdepielagueña.


Valdepiélagos no puede hacerle sólo suyo pero tampoco nadie debería hacerlo. Porque si el resto lo reivindica, Valdepielagos también tiene derecho. 


La figura de don Alejo Vera Estaca ha estado años olvidada por los vecinos de Valdepiélagos, por los de Viñuelas, por los de Guadalajara y por los de Madrid. Pero dejemos a un lado los dimes y diretes y centrémonos en lo importante.


Don Alejo Vera Estaca fue un excelente pintor y máximo exponente de la pintura histórica dentro del romanticismo.  Aquel discípulo de Federico Madrazo, estudiante de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, premiado por cuadros como “Entierro de San Lorenzo en las catacumbas de Roma” y “Santa Cecilia y San Valerio”, que dejó su huella en el mismo techo de la Cámara de Comercio e Industria de Madrid, que perteneció a la Academia de España en Roma y fue nombrado director, donde pintó el cuadro que siempre admiré de joven y no supe en aquellas fechas el origen del autor, “Numancia o El último día de Numancia” y enseñó su arte a sus alumnos mientras la salud se lo permitió, murió en Madrid el 4 de febrero de 1923. 


Y en todos nosotros está el sentirnos orgullosos que una figura así haya nacido, vivido y realizado su obra en tantos lugares antes de morir, dejándonos con ello tan preciado legado como artista y como persona.


Agustín de las Heras Martínez 

Cronista oficial de Valdepiélagos 


@agustindelasheras 

@cronistadevaldepielagos

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