CRÓNICA: LA MUERTE TAMBIÉN PASA DE SIGLO.



 La crónica de este fin de semana, para mí, es apagada. He llegado a ella como siempre, tirando de hilos. Y lo que ha surgido del pasado de Valdepielagos ha sido desgraciado. Muchos me habéis preguntado de dónde obtengo datos de vuestros abuelos. Os adjunto un par de aquellas fotos de los libros de la iglesia, que Susana Fernández hacía mientras MariCarmen González pasaba las hojas y limpiaba con una brochita. Hoy se lo quiero agradecer porque gracias a ellas tenemos pasado. 


CRÓNICA: LA MUERTE TAMBIÉN PASA DE SIGLO. 


Los siglos comienzan el uno de enero del primer año acabado en uno. Es decir, el siglo XIX empezó el 1 de enero de 1801.


Siglo convulso y odiado por los estudiantes de historia, siglo de constituciones y revoluciones, de guerras y sus hambres, de invasiones extranjeras y guerras civiles, siglo donde los borbones vieron en peligro su continuidad y donde malamente no supimos aprovechar una primera república. Esta es la historia y la pongo con minúsculas.


Pero todo esto está en esos libros al alcance de cualquiera.


Lo que hoy nos trae aquí es descubrir cuál fue el primer nacimiento del siglo XIX en Valdepiélagos.


El 21 de enero de 1801, nació Juan Fructuoso, hijo de Juan López y María Frutos. Vicente José Poveda, cura por entonces, lo bautizó el 23 de enero. Su padre, Juan López, había fallecido durante el embarazo de María en el mes de octubre anterior. 


El 13 de mayo, Valdepiélagos se eximió de la jurisdicción de Talamanca, con deslinde incluido y previo el día 8. Lejos quedaba aquel Fuero de 1223 y Rodrigo Jiménez de Rada. 


Pero volviendo a nuestro protagonista, Juan Fructuoso nació ya huérfano y su madre María, viuda.


El siglo XIX empezó para ambos sin el apoyo de un padre y un marido. Y la muerte se siguió cebando con esta pobre gente. María, viuda de Juan, tuvo que enterrar a una hija párvula en el mes de octubre de 1801. Juan Fructuoso había perdido a su padre y a su hermana.


Y llegado a este punto quiero saber qué fue de ellos. López y Frutos son dos apellidos muy nuestros. Mi vista ojea y busca nombres, sin querer encontrarlos, dado que lo que leo son hojas de muerte, donde entre adultos, figuran párvulos y párvulos que no llegaban a cinco años. Y al pasar otra página vuelven a aparecer los mismos nombres. 


María se casó en segundas nupcias con Joaquín Gil pero, siguiendo el libro de la muerte, el 14 de diciembre de 1805, Joaquín y su suegro, Andrés Frutos, dispusieron el entierro de María, que había fallecido el día anterior, en la capilla mayor, con presencia de las cofradías. Juan, sin llegar a los seis años, se fue a vivir con su abuelo. Joaquín y María se habían casado el 25 de septiembre de 1802.


Joaquín también era viudo, de María González, y natural de Torremocha. Con María Frutos estuvo tres años casado, si bien en la boda, don Vicente dejó escrito y bien escrito, que hubo tres amonestaciones previas como marcaba el Concilio de Trento. Las amonestaciones consistían en una información que se publicaba en cada una de las parroquias donde pertenecían la novia y el novio. El objetivo era que cualquiera pudiera declarar algo que impidiera la boda, a saber, relación por cúpula ilícita, parentesco entre los novios hasta 4º de consanguinidad, que uno de los novios no fuera católico, que uno de los novios tuviera un cónyuge que todavía viviera, que uno de los novios hubiera prometido casarse con otra persona o hubiera una relación ilícita con un pariente. Las amonestaciones en la boda de Joaquín y María fueron el cinco, el ocho y el doce del mes de septiembre. De Joaquín Gil sabemos también que vivía en la calle Mayor, en el tramo que sale a Mesones, un poco antes de donde vivía el maestro herrero José Espinosa. Joaquín acudió a la boda de Maria con tres hijos menores.


Intercalando historia con historia, en abril de 1806, se compró a Uceda el retablo. Seguía don Vicente como cura. Otro día os contaré detalles y costes.


Y continúo mirando hojas rotas medio borradas por el tiempo. Y mi vista cansada lee nombres y nombres, muertes y muertes, hasta que llego al 9 de abril de 1807 y el corazón se me hiela. Este día dan sepultura a Juan Fructuoso, que nació huérfano en 1801, que perdió a su hermana mayor ese mismo año, que vio morir a su madre en 1805, después de verla casar con su padrastro para, que en la primavera de 1807, con apenas seis años, fuera enterrado en la misma iglesia que su padre, que su hermana y que su madre.


Y empiezo a escribir de nuevo después de un rato de silencio. Tengo cincuenta y siete años, he conocido dos siglos, conozco la tierra y la iglesia donde están los restos de esta gente, que intentaron vivir, porque no vivieron, nacieron deprisa, amaron deprisa y murieron a mayor velocidad.


De Joaquín Gil os puedo decir que tenemos noticias de él un 30 de diciembre de 1809, cuando el comandante francés de Torrelaguna, de la que había hecho su plaza, ordenó que en Valdepiélagos se requisaran reses y carros. Joaquín fue tasador obligado junto a Juan Puentes y Francisco González. Y de lo entregado y fue robado por el francés también sabemos:


A Juan Frutos, res de 950 reales.  

A Felipe Rojo, res de 750 reales.  

A Antonio González, res de 750 reales.  

La del señor cura, 900 reales.  

A Plácido García, res de 880 reales.  

A mi hexabuelo Juan de las Heras, res de 850 reales.  

A Manuel González la suya de 770 reales.  

A Juana García se le llevaron los vuelos de un carro valorado en 400

reales.  

A Francisco González, su escalera de carro de 55 reales.  

A José de la Fuente, su carro de 570 reales.  

A Manuel Sanz, vuelos de la carreta por 80 reales.  

A Juan Puentes, escalera de carreta de 30 reales y yugo y subeo de

carro por 22 reales. 


Sólo siento dolor y pena por esas vidas. Qué digo vidas, muertes… Y si habéis llegado leyendo hasta aquí sólo os pido que, no os quejéis de las vuestras porque, ninguno de los habitantes de Valdepiélagos, que empezaron el siglo XIX, pudo imaginar que la vida pudiera ser de otra manera, cruel también, pero más sosegada, sin pobreza, sin hambre al menos en estas tierras y con otras preocupaciones, tan banales, que me da vergüenza pensar en ellas.


Fotografías. Anotación del entierro de Maria Frutos y anotación del entierro de Juan Fructuoso López Frutos


@agustindelasheras

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