CRÓNICA: SEPTIEMBRE 1918


 CRÓNICA: SEPTIEMBRE 1918


El año que terminaría la Gran Guerra, 1918, coincidiendo con las fiestas de San Isidro, en la capital, empezaron a aparecer casos de la mal llamada Gripe Española que inundó de muertes las calles de Madrid.


No parece que en Valdepiélagos golpeara fuerte por esta causa, según el libro de defunciones. Las muertes eran en número las que solía haber en aquellos tiempos.


Emigdio de las Heras estaba a punto de entrar en quintas y como si el paralelismo del péndulo de la historia buscara símiles parecidos, a la pandemia se le unió un suceso atmosférico, como un siglo después ocurrió en toda España, al que le pusimos incluso el nombre de Filomena.


El golpe no lo esperaba ni la misma Santa Bárbara y parecía reservado sólo a los vecinos de Valdepiélagos.


En esos días de final del verano, cuando el sol anochece antes y los días se van acortando, cuando el calor ya no golpea tajante y refresca por las tardes, nadie pudo predecir lo que se les venía encima.


Una tarde de septiembre, Agustín paseaba por el otero de San Benito, llevaba la escopeta en bandolera junto con la cincha de guarda y se acompañaba de una perra que rodeaba las espinosas ulagas escarbando y buscando rastros de conejos.


Mi bisabuelo miró aquel cielo que conocía hacía ya cuarenta años y lo que vió no le gustó nada.


Desde El Molar, al otro lado del Jarama, se acercaba un manto gris, casi negro, de nubes cargadas de agua y relámpagos.


Cuando el viento empezó a intentar moverle del sitio comprendió que la tormenta se le venía encima.


Subió a la casa del guarda del Coto y avisó a Ceferina y a sus hijos. 


Guardaron gallinas y animales, escondieron todo lo que podía volar o mojarse, o ser machacado por la tormenta.


La perra estaba nerviosa. Las borricas y la mulas estaban alteradas como el barómetro de lo que barrunta peligro.


Cuando se encerraron en casa la nube más negra se situó un poco al sur de ellos, estaba justo encima de Valdepiélagos.


El viento dio paso a unas gotas gruesas de lluvia. Éstas arrecieron contra el suelo seco del verano haciendo cráteres en principio y luego encharcándolo todo. Los relámpagos se convirtieron en rayos que golpeaban la

tierra. La luz del día desapareció haciéndose de noche. El manto de agua se transformó en un telón más denso y se convirtió en granizo. El ruido golpeaba las puertas y ventanas. El tejado era un tablao de extraño flamenco buscando por donde hacerse gotera. Agustín maldecía mientras Ceferina rezaba. Eran

los únicos habitantes en aquel coto y vieron asustados como un manto de bolas de hielo blanqueaban todo el suelo.


El infierno duró apenas media hora.


La nube se fue para Mesones y el sol asomó por la vega dibujando la figura del Cerro de San Pedro en el horizonte.


Agustín cogió la borrica y se acercó al pueblo. Ya no llovía. Pero el ambiente era frio por fuera, y también por dentro.


Al entrar en Valdepiélagos el escenario era dantesco. Las mujeres lloraban, los hombres maldecían mirando al cielo, las ancianas se santiguaban... 


Las calles estaban llenas de adobe, ladrillo y tejas rotas, que el viento había levantado, dejando casi todas las casas al descubierto.


@agustindelasheras

@delasheras.cronicasdevaldepielagos


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