CRÓNICA: CASTO, MAYO 1827


 CRÓNICA: CASTO, MAYO 1827


El año de la Revuelta de los Agraviados en Cataluña por un quitame allá una Inquisición y como preludio de lo que vendría unos años después, la primera Guerra Carlista, en Valdepiélagos, como queriendo también formar parte de la historia de los sucesos, dibujó uno que dejó escrito en esa fecha. 


Toribio Pascual tenía un melonar en el paraje de Los Vasallos que plantaba todos los años. Aunque era un melonar de secano la rica tierra de Valdepiélagos le daba frutos dulces que eran por todos apreciados. Le gustaba llevarse a sus hijos al campo dejando a Clotilde, su mujer, libre en las labores de casa. Toribio les había enseñado cómo sembrar melones y les dejó en aquel lugar después de recordarles cómo hacerlo. Los niños se quedaron en ese paraje mientras el padre continuó algo más lejos para labrar una tierra en La Valbuena. 


Con las lluvias de primavera, en aquella época, aquel paraje lo recorría un reguero de agua que se marcaba con una línea de juncos y entre ellos se formaba alguna charca. 


Pedro era el mayor y Casto siempre le seguía aprendiendo lo que los pocos años de diferencia le enseñaba su hermano. 


Había memorizado como cerrar las manos para que, soplando, imitara las torcaces. Sabía como coger acederas entre las piedras teniendo cuidado con los alacranes. Y aquel día recordó lo mucho que le gustaba los berros a su madre. Casto se separó de Pedro y éste le vió meterse entre los juncos. El melonar se centró en su pensamiento y se olvidó de su hermano. Cuando quiso acordarse del tiempo que hacía que no le oía presintió la tragedia. Casto estaba entre los juncos, caído, con la cabeza medio sumergida. Sus gritos hicieron que el padre soltara la yunta y acudiera corriendo. Ya era tarde. 


Casto sólo tenía casi siete años ese diez de mayo de 1827. Fue enterrado al día siguiente en la sepultura número cincuenta y ocho, por lo que se gastaron diez reales de vellón, requerimiento de fábrica, pagado por los señores Francisco Gil y José Martín, alcaldes reales y ordinarios de la villa, ante don Víctor Magro, escribano venido de Cogolludo. El párroco era Josef Moreno de Montalvo. 


A Casto le amortajaron con una camisa de lienzo remendada, con un lazo encarnado atado a cada brazo y otros cinco en lo demás del cuerpo y sus calcetas. Sus manos estaban atadas con una cinta amarilla. 


Pedro quedó triste sin su hermano. Y tuvo que esperar un año para que naciera otro hermano, Manuel, padre de Ceferina Pascual Frutos, mi bisabuela. 


La sepultura cincuenta y ocho está bajo el suelo de la Iglesia Parroquial de la Asunción de Nuestra Señora, en Valdepiélagos, justo al pie de la escalera que sube al coro...


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Comentarios

  1. Es un texto largo, pero con muchas anotaciones muy importantes para tu familia para ti y para el vecindario estarán muy orgullosos de ti, ,Agustín, buen trabajo amigo.

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