CRÓNICAS DEL PILDE: Quietud.
Esta mañana he oído el silencio bajo el moral del jardín. Muy pocos días al año escucho la paz, en momentos así, sólo rotos por el canto de los pájaros.
El cielo aún está gris en la mañana.
Y es el mejor escenario de las tierras castellanas mientras el otoño se acerca.
He cogido el coche y he recorrido la distancia que me separa del monasterio de la Vid. Aunque el instante que esperaba era más mundano que espiritual.
Creo que conducía sin tensión por la paz que me embriagan los cielos grises, el viento que va enfriando los días y la soledad de no encontrar a nadie en el camino.
Antes he cruzado Peñaranda. Y por las calles, nadie. Hasta yo me he sentido Nadie en una singladura silenciosa. Las calles desiertas donde en el verano no puedes ni aparcar. Y la única persona que he visto es una imagen repetida al cruzar los pueblos. Una señora en bata holgada con colores desgastados, con mangas, abierta por delante aunque abotonada, abrigando su cuerpo recién levantado, blandiendo un cepillo al que daba mandobles enérgicos y acompasados en la puerta de la casa.
Un gato perdido y un perro buscado completaban el cuadro.
Y el viento mecía los olmos junto a la fuente.
Y las viñas rebosando uvas esperando su vendimia. Aquellas cuyo azúcar se convertirá en rico caldo de alcohol con origen denominado.
Este ambiente me secuestra el alma.
Cuando se llevó al cine la obra de Delibes, El disputado voto del señor Cayo, yo estaba en Burgos. Formaba parte de la Policia Militar.
Hay películas que me secuestran por su escenario.
No sé explicarlo...
Sin entrar en el argumento recuerdo aquel ir por las carreteras de Castilla que en esta mañana de sábado estaba viviendo.
Esa quietud del páramo, el silencio de nuevo, la calma de estas tierras, soledad de los pueblos y de las gentes, las vidas detenidas en el tiempo, las calles desiertas de vecinos escondidos frente a una chimenea, el olor a lumbre y sobre todo... mi viento. El que acaricia por fuera mi cuerpo y por dentro mi alma mientras miras a lo lejos en Castilla, en otoño, bajo cielos grises y nublados, y en sus rincones, percibir el aullido del viento.
No sé si sabéis de que hablo, lo que siento, pero para mi, es el paraiso del guerrero. Es mi edén perdido, mi Itaca del regreso, el lugar donde me gustaría reposar, acariciado por el aire y mecido por la brisa castellana.
Porque para quien no la haya sentido o no desee vivirlo será una utopía desconocida.
Pero esos grises de la tarde o la mañana, para mi, es la vida que me queda.
Sin Circes, sin Penélopes, acaso algún perro o gato al que llamaría Argos.
Pero mortal soy y ya en el Lagar de Isilla, en la Vid, he despertado y he vuelto a pecar.
A mis años me quedan ya pocos pecados...
@agustindelasheras
@cronistadevaldepielagos
@presidentecronistasmadrileños
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