CRÓNICAS DEL PILDE: Merino estuvo por el Pilde.


CRÓNICAS DEL PILDE: Merino estuvo por el Pilde.


A mediados de abril de 1812 fue sonada la salida de Aranda del gabacho, camino de Peñaranda de Duero, y pueblos de las vegas hasta pinares, en busca de carnes y sustentos. Sus habitantes sufrían estas rapiñas, como contaba en alguna crónicas en tierras más lejanas, primero por el invasor y luego por los que blandían la bandera de la independencia. En los dos casos eran los mismos los que perdían fanegas, reses y machos, eso sí, por la causa. 

Formaban la columna dos piezas de artilleria, 1400 soldados y 150 jinetes de un batallón polaco. Los mismos que habían ganado el campo de batalla en las cuestas de Somosierra en 1808 mientras Bonaparte miraba desde Boceguillas. Las tropas invasoras cruzaron Quemada y Zazuar, no sin antes cargar los carros, amenazar a concejales y alcaldes, y dejar el hambre por donde pasaban. La marabunta llegó a Peñaranda y asentó la tropa entre el rollo y el palacio, en la plaza. Las caballerías bebieron en el Arandilla. 

El burgalés de Villoviado, Jerónimo Merino, ya era conocido entre los lanceros del Vístula. Le sufrieron en Roa, en Quintanar de la Sierra y en Hontoria del Pinar. Dos años antes había resistido a los franceses en Almazán, aunque no pudo evitar que la quemaran. 

Andaba el cura muy enfadado porque el pasado día 2, en Soria, habían ahorcado los franceses a cuatro miembros de la Junta de Defensa, todos burgaleses. Los sorianos tuvieron que soportar no sólo la pena sino ver la vejación de los cuerpos a la intemperie comidos por aves y perros. Monumento cercano a la plaza de toros de Soria recuerda en el olvido aquel mal perder del invasor. 

Nuestro lider guerrillero esperó a los polacos afrancesados en el camino de Hontoria de Valdearados, matando a sesenta y tantos y degollando posteriormente a más de cien, incluidos mandos, antes de pensar en hacer prisioneros. Faltaban cabezas para tantos chancás. 

Antes que pudieran reaccionar los franceses, Jerónimo Merino dejó Hontoria de Valderados a toda prisa. Las tierras de los pinares estaban humedecidas por la sangre de los polacos degollados.

Sin esperar que las noticias del fracaso del gabacho llegaran a Aranda, cogió monte hasta cruzar el Arandilla y buscó la vega del Pilde para huir hacia la sierra.

Se detuvo en el Monasterio de los Jerónimos, junto a Guijosa, entró deprisa en el claustro de la hospedería y antes de llegar al otro claustro herreriano de los monjes, dos de ellos salieron a su encuentro. Merino les pidió que guardaran a sus heridos. No podía detenerse por ellos y los monjes le indicaron que los dejara en el granero ya que las patrullas gabachas mirarían en la hospedería. Al día siguiente, los llevarían a los montes cercanos donde estarían a salvo de la venganza del francés.

Antes de marchar, Merino y sus hombres se quedaron boquiabiertos ante los altares laterales del crucero de la iglesia donde estaban los sepulcros de los Avellaneda.

Montaron todos a caballo y tomaron el camino de las canteras de Jaspe de Espejón, para hacer noche en los recovecos de la Hoz de Orillares y no comprometer a los monjes.

En dos días no habria huella de ellos escondidos en la sierra.

El cura Merino campeaba por los valles del Arandilla y del Pilde, y no había francés que estuviera a salvo fuera de plaza. 

Contaban los abuelos que algunos franceses pasaron a mejor vida por el agujero de la Torca de Fuencaliente, ayudados por los de Guijosa, Muñecas y otros sorianos, que ya enseñaban la provincia a los gabachos ayudándoles a encontrar la misma entrada de los campos elíseos.


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