CRÓNICAS DEL PILDE: Fiestas en Alcoba de la Torre, Soria, 2025. García Fernández murió al sur de esta villa hace 1030 años.
Oigo a las gentes del lugar, comentar que al otro lado del mojón, ya en Soria, serán fiestas.
Buenas gentes son las que conozco allende la Tejera, porque en ese pueblo no hay otras.
Echo de menos a mi maestro de la ribera, Gregorio Aguilera, alcobeño, que me enseñaba lo desconocido de las viñas y de estas tierras, en la barra del bar de Brazacorta. Aquellas conversaciones las llevo en el alma. Allá donde estés, que no será mal sitio, que sepas que tus buenos hijos llevan tu estampa.
Sacaré fuerzas para salir de Brazacorta por el camino del destierro, recorrer la recta y guiándome por luces y sonidos de orquesta compartir con amigos algún instante.
Pero la vena del cronista recuerda lo que aconteció por la ribera del Pilde inundada de historias.
Doscientos años antes que los señores de Fuentearmegil cabalgaran en tiempos de Alfonso VIII, la frontera del Duero era una tierra muy peligrosa.
Ahora, donde vemos una torre medio derruida en Alcoba, un pueblo llamado Matanza o las paredes de castillos almenados decaídas por el tiempo y el olvido, existían núcleos de población cristiana que se aventuraban a sobrevivir donde el amanecer les podía traer saqueos y esclavitud.
Sí, para que podáis disfrutar de fiestas en poblaciones consolidadas por la historia hubo quién dio su vida por ello.
Pero muy pocos saben que la pequeña Alcoba fue arrasada por Almanzor por sublevarse en el 985 y casi destruida cuatro años después.
Es lo que tenía vivir en un lugar rayano a los musulmanes.
Y al sur de este pueblo soriano sucedió una tragedia que no creo que a nadie importe en el siglo XXI pero, como digo muy a menudo, nadie muere mientras no sea olvidado.
Permitidme que os dibuje una historia que fue verdad para su no olvido.
García Fernández, segundo conde de Castilla, cabalgaba vigilando la frontera, con apenas tropas y hombres de guerra. El hijo de Fernán González tuvo que hacerse un espacio en el peor momento de la historia, siendo coetáneo de su mayor enemigo, Almanzor.
Su destacamento subió la vega del Pilde dejando a su espalda los muros de Peñaranda. La frontera del Duero se movía incesantemente en los mapas siendo una línea más ficticia que imaginaria desde que "el Victorioso" la atravesara a su antojo.
En los últimos meses García Fernandez tuvo que ver como el moro se hacía con Clunia y con Gormaz.
Llegando fuertemente armado a lo que es hoy Brazacorta siguió el río hasta la devastada Alcoba donde Almanzor vengó sus victorias de la frontera sin la ayuda del rey leonés.
La torre le recordó al joven Abd Allah. El que huyó de su padre y al que le devolvió en los acuerdos de aquel invierno frío de hacía cinco años pensando que le respetaría la vida. Su padre no le perdonó y le decapitó. García Fernández nunca volvió a confiar en Almanzor.
La frontera de aquel 18 de mayo del 995 era solitaria y fría. Nadie se había aventurado desde el sitio de Alcoba a intentar sobrevivir en aquellas tierras.
Cogió camino del sur, dejando el Pilde a su espalda, hacia la otra fortaleza que aún aguantaba la lucha, el castillo de Langa.
Y sin poder llegar a él, en el paraje de Piedrasillada, antes de llegar a Alcózar, vieron un destacamento árabe en una loma frente a dos oteros.
Un caballero de su columna le puso en alerta pero no le dio tiempo a reaccionar. La caballeria ligera enemiga cargó desde la altura y deshizo la fila cristiana antes que pudiera presentar defensa.
García luchó sin esperanza. Estaba derrotado antes del primer choque. E intentando proteger a su tropa no pudo ver como una lanza le golpeaba la cabeza.
El vencedor de decenas de batallas quedó tendido en el suelo. Los musulmanes le recogieron aún con vida. Aquel choque casual de frontera fue su fin.
Le llevaron prisionero a su fortaleza de la marca media, Medinaceli. Y Almanzor ordenó que le incluyeran en el bagaje de la columna que volvía a Córdoba. García Fernández iba agonizante.
Cuatro días después de su llegada, el 29 de junio expiró, sin que el eslavo Qand, gobernador de la marca pudiera evitarlo.
Una vez muerto su enemigo, Almanzor no se cebó con su cuerpo y se lo entregó a los cristianos cordobeses quienes le enterraron en la Iglesia de los Tres Santos.
Cinco años después le trasladaron al Monasterio de San Pedro de Cardeña.
Su hijo Sancho García le vengó años después en la batalla de Calatañazor, donde Almanzor perdió el0⁰0000⁰ tambor. Si bien, nadie dice que "El Victorioso" tenía ya 64 años.
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Foto de Alcoba de la Torre
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