CRÓNICAS DEL PILDE: Ermesenda.
Los pensamientos de la de Narbona iban y venían por su pasado. La vega del Pilde junto al monasterio se había convertido, tras el capítulo general de Hugo de Fosses de 1140, en el lugar de las monjas premonstratenses tras la separación del monasterio dúplice de la Vid y la marcha de su parcela junto a los monjes y la protección del abad.
Las monjas observaban a Ermesenda mientras su mirada se perdía hacia la torre de Alcoba o en la dirección del río, hacia Peñaranda.
Aún les resultaba chocante a las monjas su forma de hablar cuando se dirigía a ellas, en aquel castellano retocado en las erres, con su acento de juventud en Narbona antes de viajar a la corte castellana.
Pequeños huertos de hortalizas, cereal, alguna viña, gallinas y un corral donde guardaban por derecho una oveja de cada rebaño que pasara por las tierras era su trabajo diario, fuera de la contemplación y el rezo. Aún faltaban años para que supieran lo que eran las patatas y los tomates.
La hija de Aimerico II y viuda del conde castellano Manrique Pérez de Lara, que murió en la batalla de Huete, según el obituario de la Catedral de Burgos, Ermesenda, falleció el 7 de enero de 1177. Pasó sus últimos días en este monasterio femenino de la orden premonstratense que había fundado en la localidad de Brazacorta después de que el de La Vid, que había sido un monasterio dúplice, se convirtiera en uno solamente para monjes.
Ermesenda recordaba a su padre Aimerico II, vizconde de Narbona, el que estuvo emparentado con Ramón Berenguer IV. Y cómo correteaba por las calles de Narbona junto a su hermana Ermenganda. Al morir su padre fueron acogidas por el conde de Barcelona hasta que éste acordó la boda con el conde Manrique de Lara.
La firma de los casados figuran en el Fuero concedido a la villa de Molina en 1154. Fuero anterior al de Talamanca de Jarama, privilegios ambos para el mejor vivir de sus gentes.
Y en la minoría de edad de Alfonso, el octavo, el soriano, el futuro "el de las Navas" estuvo en la corte castellana involucrada en los tejemanejes de los Castro y los Lara, para ver qué familia ganaba los favores o mangoneaba al rey.
Y aquello le llevó a quedarse viuda por la muerte de Manrique a manos de Fernando Rodríguez de Castro en la batalla de Huete.
Ermesenda debió recordar en sus paseos junto al rio aquellos pasados años.
¡Ay si el Pilde pudiera hablar!
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