CRÓNICAS DEL PILDE: Alcaide y destierro.


CRÓNICAS DEL PILDE: Alcaide y destierro.


En 1081 el Cid miraba a lo lejos, desde la torre de Almanzor, cómo se perdía el Duero en la lejanía. Pero el caballero castellano, ahora Alcaide de Gormaz, no veía ni tierras ni aguas. Sus pensamientos estaban perdidos. 

Sabía que los mensajeros de sus enemigos ya habían llegado con sus historias tergiversadas a los oídos de Alfonso.

Aún recordaba el día cuando, regresando de visitar Berlanga, había encontrado devastado el poblado de pobres campesinos cristianos que habitaban la ladera de la fortaleza. Un contingente musulmán había arrasado vidas y sustentos de aquellas pobres gentes. No tardó en reunir sus huestes y cabalgar a la tierras próximas a la taifa de Toledo dando lección de venganza de lo que sus soldados habían hecho. 

No pensó en la política de su rey Alfonso cuyos aliados eran los moros de ese lugar. Y nadie se acordaba del sanguinario Ghalib que siendo alcaide de esa plaza en el 975 desbarató las tropas cristianas que querían conquistarla y posteriormente sembró de sangre y muerte los territorios cristianos más al norte. 

Desde el 1002, al amparo de la seguridad que daba la frontera más al sur, los colonos se atrevían a bajar hasta el Duero bajo la sombra de fortalezas ya cristianas que les daban protección. Por eso el Cid no soportó aquella afrenta. 

Pensó que tampoco serviría para apaciguar al rey el botín y riquezas conseguidos, ni los cautivos, ni nada. 

Alfonso había atacado semanas atrás la taifa de al-Qadir de Toledo, aliado suyo y  ocupada por el rey de la taifa de Badajoz. Rodrigo se quedó a sus espaldas enfermo cuando ocurrió el saqueo del poblado de Gormaz y su posterior venganza. 

Mirando el Cid desde las almenas de Gormaz no pensó que los magnates le habían denunciado ante el rey alegando que les había puesto en peligro con su acción. Su principal enemigo era García Ordoñez. Al-Qadir tampoco se había quedado corto atacando al de Vivar por el trato dado a sus gentes. 

La tarde caía cuando un mensajero castellano a caballo subió la cuesta de la fortaleza mientras Ruderico le miraba. 

En sus alforjas traía un mensaje del rey Alfonso. Y los textos de la historia dieron fe de aquel hecho "eiecit eum de regno suo" 

Había sido desterrado. 


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