CRÓNICA: Comida con mis compañeros cronistas. 21 de marzo de 2025.
He llegado pronto a la puerta del Sol y he decidido hacer tiempo recordando paseos por aquellas calles.
No he podido evitar, atraído por el olor, acercarme al escaparate de La Mallorquina donde se mostraban mis bollos preferidos en forma de napolitanas y pepitos de crema, además del anuncio de la Semana Santa materializado en atractivas torrijas.
La inercia me ha llevado a la travesía del Arenal y a bajar por ella. Pero sabía que no encontraría mi destino en una de aquellas librerias de Madrid que cerró hace unos años.
La librería Gabriel Molina era un templo de libros antiguos y de historia. La puerta debil acristalada daba paso a un local con el olor característico de papel antiguo junto a la madera de los muebles donde reposaban. Gabriel era un empleado que se casó con una sobrina del dueño Bernardo Rico, antiguo sargento carlista, que había comprado el local.
Era Bernardo Rico, un emigrante gallego procedente de Lugo, quien en 1875 compró por 300 reales un puesto de libros que lindaba con el Palacio de Oñate en la travesía del Arenal. Aquel viejo soldado publicó el Catálogo de los fondos de su librería y se aprovechó de la venta de bibliotecas de nobles venidos a menos.
Cuando Gabriel regentó la tienda se llamaba Librería de Bibliófilos Españoles y era la representante y distribuidora de la Sociedad constituida por los amigos de los viejos libros. Aquella librería fue centro de reunión de escritores de la época.
Pero esta mañana he comprobado que aquel espacio de culto ya no existe y lo único que anuncia su pasada existencia son los azulejos del ceramista Enrique Guijo que en los años 20 del siglo pasado anunciaban la Libreria de Bibliofilos Españoles y donde aun se puede leer "Libros antiguos", "Ciencia y arte" y "Literatura e Historia".
Y la nostalgia me ha hecho encaminarme a la Plaza Mayor.
No ha sido buena idea.
Aun sigue estando la tienda con el letrero Monsy herencia de un pasado familiar. Recordaba alguna nochevieja en aquella casa que daba con dos balcones a la plaza Mayor y cuyos pasillos te llevaban hasta la entrada por la Cava de San Miguel. Imaginad entrar por ese portal, traspasar la puerta del piso y seguir pasillos y pasillos, estancias y habitaciones y ver la cabalgata de Reyes cuando éstos terminaban en la Plaza Mayor. Eran otros tiempos. Puedo decir que yo vi a Ruiz Gallardón de Baltasar.
Y la melancolía me ha hecho coger a la derecha una salida de la plaza Mayor que da a la calle Mayor pero tampoco existe ya La Toja, lugar de cañas y buenos avíos.
Sólo me quedaba un lugar de excelentes aperitivos en forma de Cabrales untado o de judias estofadas asturianas, y por fin, con esto último de aperitivo, me he tomado una caña como hace años en La Panoya.
Se acercaba la hora de la quedada cronista y hasta Sol he vuelto para llegar a la cafetería del Hotel Europa.
Siempre he pensado que si crearan un programa de radio donde solo se escucharán aquello que son capaces de aportar un grupo de cronistas la historia local se estremecería.
Hoy ha sido uno de esos momentos.
Hemos estado presentes: Juan A. Resalt, cronista oficial de Leganés y presidente de la Real Asociación de Cronistas Oficiales (RAECO) y Secretario de (ACROMA); Martín Turrado, cronista oficial de Valdetorres y Vicepresidente/Tesorero Asociación de Cronistas de Madrid (ACROMA); Julián Caballero, cronista oficial de Alcobendas; Jesús Carlos González, cronista oficial de Pedrezuela, Martín Sánchez, cronista oficial de Getafe y yo mismo, Agustín de las Heras, cronista oficial de Valdepielagos y presidente de la Asociación de Cronistas de MADRID (ACROMA).
Gracias por dejarme aprender de. vosotros.
Habrá que repetirlo.
@agustindelasheras
@cronistadevaldepielagos
@presidentecronistasmadrileños
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