CRÓNICA: SAN ISIDRO





CRÓNICA: SAN ISIDRO


Nos metieron por una puerta extraña de La Colegiata a la que seguían pasillos y escaleras estrechas. Como si de un lugar secreto se tratara junto a la antigua Catedral de Madrid, en la calle de Toledo, la clase de historia desembocó en una pequeña habitación donde se encontraba el cuerpo incorrupto de nuestro patrón. Por aquella época tuve el honor de estudiar en el Instituto de San Isidro. Era el principo de los 80.


Soy madrileño de nacimiento y solo la rama de mi abuela se hunde en la genealogía gata. Mis otros abuelos eran de un pueblo de Madrid, con el mojón separándolo de Guadalajara, Valdepielagos. Alli nacieron también mis bisabuelos y en aquella tierra está enterrada mi madre. Otra castiza, que nació en la calle de Los Madrazo mientras Madrid era bombardeada en 1936. Valdepiélagos tiene, como no, el mejor patrón. Y como villa que es, lo comparte con la capital. 


El patrón de la villa de Valdepiélagos, y Madrid, vivió por esas tierras huyendo de la capital por la inestabilidad de la frontera con el moro alrededor del año 1110. El emir Alí Ibn Yúsuf desplegó sus ejércitos por el centro de la península ibérica haciendo que la familia de Isidro se trasladara a Torrelaguna. Y así se cree labró por aquellas tierras, incluidas las de Caraquiz, casándose con una joven de allí, María Toribía, la que fue Santa María de la Cabeza, según la historia y el enhebrado de la misma que hizo fray Domingo de Mendoza años después. En Torrelaguna dicen que nació San Illán, su hijo. San Isidro volvió a Madrid cuando Fernando II tomó definitivamente la ciudad en el 1162, diez años antes de su muerte.


Cuando visito Valdepiélagos por otros menesteres puedo mirar a sus habitantes a los ojos y conversar con ellos, viendo que la grandeza de los madrileños y el de los valdepielagueños reside en sus almas. Están hermanados por el Santo. 


Y ahora que se acercan las fiestas patronales de Valdepiélagos, donde la suerte de existir se debe mezclar con la alegría de compartir instantes con familiares y amigos, no debemos olvidar que algunas fiestas no fueron de regocijo y bonanza. Por ejemplo en 1814.


El nueve de mayo de 1814 el alcalde, Andrés de Frutos, acompañado de Feliciano López, mandó al alguacil y pregonero que fuera por las calles del pueblo convocando una reunión en la Casa Consistorial.


Los vecinos habían aprendido que aquellas llamadas no traían nada bueno.


Hasta allí acudieron Francisco González, Francisco Vicente, TomásPuentes, Antonio González Romero, Valentín García, Joaquín Gil, Juan de Frutos y Luis López.Los demás estaban en sus labores y no pudieron asistir.


Hacía dos horas que por el camino de Uceda había llegado un mensajero con una orden general de la justicia de esa plaza, firmada porel mismo Sr. Intendente General de la ciudad de Guadalajara.


El Ejército Español, que luchaba contra los franceses, y al que muchos llamaban el nuestro, ordenaba se llevaran treinta fanegas de cebada ya que había tres mil doscientos caballos en las inmediaciones de la ciudad y que para ellos se sortearan las mulas que habían quedado libres en el último sorteo que se había hecho anteriormente.


Se volvió a celebrar aquella lotería que llevaba pobreza a las familias, en lo que en justicia llamaban sorteo con solemnidad, quizás porque el esquilmo de lo ajeno no sólo dejaba pobres, sino pobres de solemnidad.


Quitaban el fruto, quitaban los medios, sin importar los resultados de ese robo oficial.


Aquel día la primera “agraciada” fue la señora María de Lamo, siguiéndola en mala suerte, entre otros, Celedonio Moreno, José Gil, Victoriano Pelayo, Francisco Gil, Francisco Vicente, Tomás Puentes y José González. Y firmaron el documento que los acreditaba la mala suerte para que todo fuera entregado al día siguiente.  


Pero la rapiña oficial no tenía nombre ni orden ni se saciaba sin más. Nada más acabar la fiesta de San Isidro, el dieciocho de mayo, apareció por el camino de Campoalbillo otro mensajero del hambre con un oficio firmado por la justicia de El Casar, con otra orden ejecutiva. Tenían que llevarse otras treinta fanegas de cebada y seis de pan cocido, porque aguardaban en esas tierras mil hombres a caballo, también de nuestro ejército. Al menos hablaban el mismo idioma y no mataban con los fusiles, pero sí de hambre.


A aquella nueva petición se contestó que ya cebada no había ni un grano en todo el pueblo y que respecto al pan se llevaría lo que se pudiese encontrar.


Los señores de justicia de Valdepiélagos para poder juntar algo de pan decidieron que “se echase mano” del trigo de San Benito. No todo les iba a tocar a los pobres. Para ello, en la Casa de la Villa, se juntaron los panaderos y mandaron cocer tres fanegas y media, del trigo que trajeron de San Benito, que tenía que haber ido a parar a los almacenes de los Padres Dominicos. A Benito Villanueva se le dio dos de las fanegas para que cociera pan y el resto a Juan de las Heras para que hiciera lo mismo.


Aquel pan recién hecho que sólo olieron los vecinos de lejos se llevó a El Casar. Les tocó llevarlo a Andrés González, Juan Redondo y la mujer de Manuel González Romero.


Ese fue uno de nuestros pasados. 


Pero ahora... os deseo unas Felices Fiestas patronales. Disfrutadlas como si no hubiera mañana. No vaya a ser que por el camino de Uceda o el de Campoalbillo, vengan negros nubarrones. 


¡Viva San Isidro! 

¡Viva Valdepiélagos!


@agustindelasheras

@cronistadevaldepielagos

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