CRÓNICA: DOS QUINTOS DE VALDEPIÉLAGOS


Los españoles varones que nacieron con el siglo XX se vieron envueltos en una tormentosa contienda en 1921, el Desastre de Annual y los meses posteriores de guerra en África.   


A principios de 1920 el gobierno había fijado el cupo de reclutas necesario para mantener el ejército activo. Los ayuntamientos facilitaban las listas de los mozos que habían cumplido 20 años el año anterior, para el sorteo de quintos, que por su edad y salud correspondía meter en la caja de reclutas. El ruido de las bolas seleccionaba la suerte. Al final de cada destino algunos rostros rebosaban alegría y otros una profunda tristeza. Pero todo un pueblo, en esas épocas de desdichas y tiempos de guerra, quedaba herido por la sombra de la muerte. 


En Valdepiélagos, dos amigos, Paulino González, padre de Anatolio y Emigdio de las Heras, fueron llamados a filas, pero antes, lo que podía ser una desdicha de un futuro, el espíritu joven de los que habían conseguido llegar a esa edad lo convertía en una celebración y, por tanto, en fiesta.  


Tanto los que entraban en la caja de reclutas, que eran los quintos de ese año, como los que entrarían al año siguiente se reunían junto a primos, amigos y hermanos. Cogían una cesta grande e iban por todas las casas pidiendo huevos. Con ello se comía y cenaba un par de días. Había alguna fiesta de quintos que hasta se mataba un cordero. Por el día los quintos con guitarras rondaban a las mozas y por la noche había baile para todo el mundo, que lo pagaban ellos mismos.


Después de aquella fiesta Paulino y Anatolio viajaron a Madrid. Su destino fue el Regimiento Número 6, de Saboya. 


Un año después, una mañana, tras el toque de diana el coronel del Regimiento Saboya mandó formar en la plaza. Y les comunicó que un batallón de ese regimiento iría a luchar a África. Paulino y Emigdio se estremecieron. Sabían que aquel destino era una posible muerte anunciada. El coronel dio órdenes a un capitán, que junto a un sargento que llevaba un libro en blanco, como los que usan para apuntar los servicios los furrieles, se colocó delante del primer soldado de la primera fila y empezó a contar, un, dos, tres, apunta a este, un, dos, tres, apunta a este otro, y así pasó frente a Paulino y más tarde, frente a Emigdio. Pero ambos, naturales de Valdepiélagos, no fueron ninguno múltiplo de tres. Y al menos, de aquella, se salvaron...


Fue por aquellos años, en 1920, en las fiestas de San Isidro, cuando llegó la electricidad al pueblo. Hubo dos fases en el proceso, primero medio pueblo y luego el resto. Pusieron una bombilla en cada casa y trabajaron a destajo para poder dar luz el día de la fiesta. La gente iba y venía para ver el acontecimiento y se advertían que no se podía tocar. El encendido era sujetado con postes de madera para llegar al pueblo. Y el suministro dependía de la lluvia y el viento...


Fotografía Paulino González, archivo fotográfico de la Comunidad de Madrid 


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Comentarios

  1. Hola Agustín muy buenos días, es un texto muy bien explicado, malos tiempos aquellos aunque hoy día no van a la guerra puesto que aquí estamos en paz de momento, pero también asombran las guerras crueles que hay por otras partes del mundo y nos afectan sin duda.
    Que tengas un bonito fin de semana.
    Un abrazo fraterno de buena amistad.

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